Por Pedro Miguel Funes Díaz
Juan Pablo II, en su encíclica “Centesimus annus” notaba las limitaciones de ciertas propuestas que se iban extendiendo desde aquellos tiempos en relación a la vida de la sociedad. Hacía ver que sus críticas en realidad iban dirigidas “no tanto contra un sistema económico, cuanto contra un sistema ético-cultural.” Explicaba que, en las actividades humanas, la economía forma solo una parte de ellas. Ciertamente, podemos darnos cuenta de que, aunque necesitamos de la economía, los beneficios económicos no representan todo el campo de los bienes que nos hacen falta como personas y como sociedad para desarrollarnos plenamente en lo humano. Por eso añadía que “si la producción y el consumo de las mercancías ocupan el centro de la vida social y se convierten en el único valor de la sociedad, no subordinado a ningún otro, la causa hay que buscarla no sólo y no tanto en el sistema económico mismo, cuanto en el hecho de que todo el sistema sociocultural, al ignorar la dimensión ética y religiosa, se ha debilitado, limitándose únicamente a la producción de bienes y servicios”.
El pontífice pasa entonces a señalar los límites del mercado, porque existe la necesidad de defender y tutelar los bienes colectivos, cuya salvaguardia “no puede estar asegurada por los simples mecanismos de mercado”. Así como en otros tiempos se tenían que defender los derechos de los trabajadores, ahora, dice el papa, hay que defender los bienes colectivos, que son el marco donde cada uno puede conseguir sus fines individuales. Si nos preguntamos entonces cuáles son estos bienes colectivos que el Estado y la sociedad debe defender y tutelar y Juan Pablo II señala dos: el ambiente natural y el ambiente humano.
Podemos encontrar, en estas enseñanzas de Juan Pablo II, que se pueden hallar también en otros textos suyos, el antecedente del “Compendio de la doctrina social de la Iglesia” presentado el 2004, del cual el octavo capítulo se titula “Salvaguardar el medio ambiente”, y aborda la cuestión en tres apartados, el primero sobre el hombre y el universo de las cosas, el segundo sobre la crisis en la relación entre el hombre y el medio ambiente y el tercero sobre la responsabilidad común que tenemos en este tema.
En algunos círculos la cuestión ecológica se ha convertido en asunto de polémica política, pero el llamado a ser responsables y cuidar el medio ambiente no es un asunto de posicionamiento en el espectro de los partidos o de las ideologías, sino una responsabilidad moral de los seres humanos. En este punto el papa Francisco lo que ha hecho es continuar en la línea trazada por sus predecesores cuando publicó su encíclica “Laudato si”.
Es importante tener presente que lo que señalaba Juan Pablo II, y lo que actualmente la Iglesia pone de relieve, no es solamente el tema de ambiente natural, que suele ser lo primero que nos viene a la mente al hablar de ecología, sino también el ambiente humano, sobre el cual hemos también de poner mucha atención.
Link a la publicación original